NADIE SE SALVA

Ricardo A. Simental.

La mar no tiene motivos para permanecer inmóvil. No tiene tampoco, razones para
necesitar un motivo. Y así se eterniza en la blanda circulación de las ondas y las
corrientes, sin preocuparse por los juegos inútiles de las palabras que buscan sin
encontrar el secreto inasible de la gracia líquida y la eternidad danzante.
La mar recibe al sol incendiándose de puro gusto crepuscular. Ansiosa, se tensa en
la superficie plagada de pequeñas huellas acariciadas por el viento y las miradas, y
conforme se acerca el fuego cíclico e inevitable, se alisa despacio las sombras
húmedas de profundidad, para que solo el sol le contemple la esencia. Quizá
después de ello el cielo se torne agua.
Bajo los distintos matices de la luz cobijada, se sueñan y se siguen, con agilidad
pasmosa, los cuerpos saetas que pueblan esas aguas, aglomerándose alrededor de
otro cuerpo que parece flotar a voluntad pero que en realidad solo obedece a las
reglas simples de volúmenes y densidades. Un cuerpo plástico transparente que
parece medusa pero sin los jirones fantásticos que rezuman luz en la obscuridad. Ni
siquiera tiene la gracia de flotar siendo parte de ese todo armónico y potente, sino
que se comporta como lo que es: masa inerte. Letal.
La tortuga no sabe que algo artificial comparte las aguas. El instinto o un
conocimiento antiquisimo le guía imperioso hasta cierta zona de la costa cóncava de
la bahía, hacia un lugar donde el hombre llegó hace muchísimos años pero aun no
comprende. El sabor, el olor, la temperatura y el aliento magnético de esa tierra le
trazan líneas en el recuerdo para que embonen con los movimientos que lentamente
la impulsan hacia la orilla, y que no hablan de distancias sino de esfuerzos. Flotando
a media agua, descubre la forma-medusa-falsa que le llama y le atrae. Y con el
mismo impulso que le impele a salir a tierra para dejar enterrada en la arena la vida
que lleva dentro, se desvía un poco, abre la boca y se traga la bolsa de plástico que
algún malnacido dejó caer. Por supuesto, se ahoga.
***
La mar no llora, porque las lágrimas ya componen su cuerpo. Pero el viento le
arranca lamentos que no han sido escuchados jamás de ningún ser vivo. Y es que
con ella, ahora mueren miles de ellos.
***
Desde la línea de la costa se distinguen apenas las tres islas que forman el collar de
la bahía. Las aves marinas se dan gusto en esos viajes cortos que nunca terminan
junto a nosotros. Quien lo dijera, los más inteligentes son otros. Siempre creímos
que esas islas estaban a salvo, pero como nos hemos abrogado todos los derechos y
la supremacía, la gente las visitaba de vez en cuando, en pangas y yates que dejaban
su huella en forma de envases y plásticos rodeando el negro de las fogatas , hasta
que las probabilidades cayeron en el peor número y el fuego consumió la cara de
una de ellas y el corazón de las aves que prefirieron quemarse antes de abandonar
sus nidos. Ahora, la burocracia se mueve espantada y los fundamentalistas gritan
histéricos, echándose culpas y sin concretar nada. Las aves, como muchas otras
especies, asimilan el desastre ayudándose con la vida. Nosotros en cambio, solo
queremos lavar la vergüenza, sin aprender todavía.
***

El viento baja abrazando al mar con la vitalidad de la madrugada y sube con el
último mensaje del sol apagado en la noche. La brisa quiere llevarse al tiempo hacia
el lado del sur que no mira al norte, para enseñarle que nadie tiene que renunciar al
futuro por el presente. El tiempo, aunque parece entender, no claudica y sigue
siendo solo eso, presente. A través de la bruma y la distancia, las islas continúan
ahí, dibujándose.
***

En la zona de mayor plusvalía, la arena se ve mancillada por los vertimientos de
agua residual provenientes de las casas de los pudientes, demostrando una vez más
que la inconsciencia es más plural que la política. Y más extendida. Eventualmente,
cuando los extremos ganen distancias y en medio solo queden rencores y cuentas
por aclarar, la igualdad radicará en lo que comúnmente sufran; y si no ponemos
remedio, de ello no se salvará nadie.
***
La mar no se sabe su nombre ni guarda memoria de los tiempos en que la vida
rebosaba en ella. Reconoce, eso sí, a aquellos que la tuvieron mucho antes que
nosotros. Sin embargo, aún ahora, cuando refugia al sol de la noche y a la luna del
día, parece que tuviera en su seno guardado el secreto que en un principio perdido
le diera sentido a la vida; parece que con las olas hablara de lo que aún no sabemos,
sin desistir en su empeño a pesar de no encontrar un eco en nuestros oídos. Parece
que quisiera salirse; acercarse; abrazarnos, para dejarnos entre las ropas mojadas y
el suelo espantado, los restos de la inmundicia con que la invadimos a diario. Pero
solo parece. Solo eso.
De cualquier manera, la vida urbana y económica continuará absorbiendo toda esa
otra vida disponible, siendo parodia de las películas y los cuentos. De los
campeonatos y las masacres y la desidia con que afrontamos el mismo inicio de
cada día. Seguiremos el juego de la manipulación aduciendo ignorancia. Y de la
inercia justificada por el pretexto de que ya habrá quien se ocupe de resolver el
problema. Y así, cerraremos los ojos ante el hecho simple de que el problema
somos nosotros, sin que eso nos lleve a pensar que quizá, por alguna posibilidad
remota escurrida desde el rincón de lo errado donde nos esconde este Universo, el
revertir las acciones equivocadas que nos arrastran a un futuro aciago, dependa
también de nosotros. Probablemente sea así.

Puerto Vallarta, Jalisco, México.

Abril 1996.


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