Escrito por Amy Schaefer.

Aparecido en la revista Amazing Stories de mayo de 1989.

Traducido por RGMEDA.

Original english version HERE


EMERETHA

 

Noche.

La noche es oscura, es fría y trae olvido.

Los lobos aullan, y los buhos ululan, y el viento cambia los patrones de las sombras en la pared, y nadie lo sabe.

En la noche hay brujas.

Brujas en la noche de Satán.

Las brujas ríen,

las brujas gimen,

las brujas gritan sus hechizos en la noche.

Un hombre llega al sitio de las brujas.

Las brujas lo miran acercarse en su brebaje.

Sus ojos burbujean en el caldero junto a ojos de muertos,

su pelo gira en el caldero junto con pelo de hienas,

su boca hierve en el caldero junto con lenguas de gatos,

pero su boca no habla.

Él se mueve en silencio entre los árboles,

Y ahora los árboles están también en silencio.

Los lobos se han escondido entre las sombras, y los buhos duermen un sueño sin sueños.

El hombre llega al sitio de las brujas;

penetra en el claro,

las paredes de una ciudad muerta a sus espaldas.

El bosque de los muertos que caminan, a su alrededor;

la tierra bendecida por Satán bajo sus pies.

Esta noche los muertos duermen

y Satán tiene negocios en otra parte,

Pero el hombre está aquí.

"Oh, hombre," dice la primera bruja, y su voz es como grava siendo convertida en polvo entre las secas piedras de la tierra

"Eres valiente, pues caminas por el bosque de los muertos que caminan".

"Oh, hombre," dice la segunda bruja, y su voz es como el sonido rechinante de un cuchillo siendo hendido a través de los huesos de los vivos

"Eres un tonto, pues te encuentras en la tierra de Satán."

"Oh, hombre," dice la tercera bruja, y su voz es como el aliento entrecortado del torturado agonizando "¿Qué es lo que buscas?"

El hombre se mueve, ligeramente.

El pelo del hombre es grís,

sus ojos son grises bordeados de verde,

su cara es rígida y decidida, y a su costado cuelga una enjoyada espada.

"He venido a recuperar a mi amada, que ha muerto," pide el hombre.

La primera bruja rie, y su risa es como el llanto de un loco, en la noche mas oscura.

La segunda bruja ríe, y su risa es como los alaridos de un niño mortalmente aterrorizado.

La tercera bruja ríe, y su risa es como los sollozos de una mujer que ha perdido a su amor.

Las carcajadas de las brujas se oyen lejos en la noche, y en el silencio las espaldas de los muertos se erizan de terror.

El hombre permanece inmovil

"Se me ha dicho que ustedes la tienen aquí."

"Te han dicho mal," dice la primera bruja.

"Solo has venido a unirte a los muertos," dice la segunda bruja.

"¿Como pretendes recuperarla?," pregunta la tercera bruja.

"Haré para ustedes un servicio, cualquier servicio que ustedes requieran.

Haré esto por ustedes, y ustedes me regresarán a mi amada."

Las brujas están silentes.

Un lobo aulla en la distancia.

Las nubes se mueven, y la luna proyecta una luz tenue entre el ramaje de los árboles del bosque, y las ramas proyectan sombras cambiantes en la tierra.

"¿Como se llama tu amada?," pregunta la primera bruja.

"¿Como murió?," pregunta la segunda bruja.

"Es posible," dice la tercera bruja.

El hombre no dice nada.

Él sabe que ellas responderán si él espera.

Ellas necesitan algo que sólo él puede traerles.

"Yo quiero los ojos de un ciego que haya aprendido a ver," dice la primera bruja, y el hombre puede ver que ella no tiene ojos.

"Yo quiero el corazón de una virgen que haya conocido completamente el amor, pero sea casta," dice la segunda bruja, y ahora el hombre puede ver que ella no tiene corazón.

La tercera bruja no dice nada.

Nada necesita ser dicho,

el hombre puede ver que ella no tiene alma.

 


Ilom Kovar Daren, Príncipe de Rhandor, amo de todas las tierras entre las montañas y el mar, se asoma a la ventana de su castillo de la costa, y mira hacia las olas.

Su pelo es gris,

sus ojos son grises bordeados de verde,

su cara es rígida y decidida, y a su costado cuelga una enjoyada espada.

En la noche, viajó lejos

sin abandonar este recinto.

Ilom Kovar Daren, Príncipe de Rhandor, amo de todas las tierras entre las montañas y el mar, es también un poderoso hechicero.

Él llegó a estas tierras usando magia,

él conquistó estas tierras usando magia,

él gobierna estas tierras usando magia,

él protege estas tierras usando magia.

La gente le teme.

Él es maligno.

Su mirada se desvía del espumoso amanecer, y viene a descansar en el jardín entre el castillo y el bosque.

Es un jardín de la muerte.

Allí se erigen muchas tumbas, y no todos los cuerpos que ahí reposan fueron enterrados muertos.

Una tumba se distingue de las otras;

un mausoleo de piedra color rosa, con un domo dorado.

Las rejas de la puerta son de hierro con adornos de oro.

Tiene ventanas de cristal de colores brillantes.

El piso es un mosaico de piedras preciosas.

En el mausoleo yace un ataúd,

un ataúd de cristal.

En el ataúd yace una jovencita,

la jovencita está muerta.

Ella es mas hermosa que el mausoleo en que descansa,

mas hermosa que el día que amanece afuera.

Sus muertas marmoreas mejillas han sido teñidas con el jugo de ciertas bayas, y ahora son de un pálido tono rosa.

Sus muertos marmoreos labios han sido pintados con cera coloreada, y son ahora de un rojo discreto.

Sus ojos muertos están cerrados, y sus párpados han sido tocados con arcilla grís,

sus manos muertas son pálidas y perfectas.

Sus pies muertos son pequeños y calzados con zapatillas doradas.

Su vestido es de la seda mas fina, color de rosa.

Su pelo es del color del cobre martillado.

Ella es mas bella que cualquier mujer sobre la tierra.

Los encantamientos del hechicero han mantenido su cuerpo perfecto, y no puede encontrarse en ella traza alguna de podredumbre.

Los encantamientos del hechicero han mantenido el mausoleo inviolado, y los huesos de los hombres que han tratado de penetrarlo yacen amontonados alrededor de él.

Los encantamientos del hechicero han hecho todo aquello que han podido, pero no han podido regresarla a la vida.

Ella murió envenenada en su noche de bodas.

El hechicero ya mandó ejecutar a todos los sirvientes, en horribles y lentas formas.

El hechicero ya decapitó a todos sus huéspedes.

El hechicero ha purgado ya la ciudad, y ha hecho matar uno de cada diez hombres, mujeres y niños.

Así de grande era su cólera.

La jovencita permaneció muerta.

La gente ha dejado de lamentarlo hace mucho tiempo, pues fue hace mucho tiempo que ella murió.

El hechicero no puede olvidarla.

 


Ilom Kovar Daren se dirige a la ciudad.

La gente se tira a sus pies y oculta de él sus caras.

Los carreros se desvían por calles laterales para no estorbar su paso,

los niños lloran y corren llamando a sus madres, quienes los consuelan temerosamente.

El hechicero alcanza a ver a una niña en una ventana.

La niña cerró la ventana rápidamente, pero de cualquier modo fue vista.

Sus ojos son azules y su vestido es azul, y tiene pelo del color del sol brillante.

Cumplirá trece años dentro de dos semanas.

Ilom Kovar Daren ordena que la lleven a su castillo,

su madre llora en agonía.

Ella sabe que ahora su hija nunca cumplirá los trece años.

Ilom Kovar Daren sigue avanzando, ignorando el llanto a sus espaldas.

Él va al templo de la ciudad.

De vez en cuando él quema el templo hasta los cimientos y mata a todos los sacerdotes que encuentra dentro.

El Sumo sacerdote se estremece de miedo al ver llegar al hechicero.

Ilom Kovar Daren entra en el templo,

él nunca ha hecho esto antes.

Afuera, la gente murmura con sorpresa.

El hechicero va hacia el sacerdote:

"Quiero abrir una casa," dice el Príncipe.

"Su majestad," dice el sacerdote, postrándose ante él.

"Está casa dará alojamiento a todos los necesitados. Los lisiados y los débiles, los enfermos y los pobres, los ciegos, los dementes, los heridos; todos tendrán un lugar en esta casa. Será financiada por el tesoro real. Traeremos doctores y maestros curanderos de todo el país, y de otros países también, para ver por la curación de esta gente. La construcción se iniciará de inmediato, y los necesitados deben ser alojados tan pronto como sea posible. ¿Has entendido?"

El sacerdote está estupefacto:

nunca el hechicero ha hablado así,

nunca ha hecho nada para ayudar a la gente,

nunca ha hecho nada sin sacar provecho.

"Sí, Príncipe, mi Señor." balbucea el sacerdote, asombrado por el cambio.

El hechicero no dice nada más,

gira sobre sus pies y abandona el templo.

Su túnica golpea al sacerdote en el ojo, y lágrimas corren por sus mejillas.

Ilom Kovar Daren regresa a su castillo.

Esa noche él viola a la niña, muchas veces, hasta que la deja inválida. Ella ya no podrá caminar,

pero en la mañana la deja ir,

y ella regresa con su madre en un carrito.

La gente está asombrada de la generosidad del Príncipe.

 


La casa de los necesitados está completa.

De todo el país, los necesitados son traídos a vivir aquí:

los lisiados,

los viejos,

los pobres,

los enfermos,

los heridos,

los dementes,

los débiles,

los ciegos.

De todo el país, y de mas allá de las fronteras, médicos y curanderos vienen a la casa, todos a curar a los residentes.

Ellos hacen andar al lisiado,

ayudan al viejo a morir en paz,

enseñan al pobre oficios útiles,

curan al enfermo, al herido,

dan fuerza al debil

y razón al demente.

No siempre tienen éxito, pero en una cosa no obtienen avance alguno:

no pueden hacer ver a los ciegos.

El Príncipe se enfurece.

El hechicero está furioso.

Ilom Kovar Daren se dirige a la ciudad,

a la casa de los necesitados,

y se dirige al Sumo sacerdote.

El sacerdote tiembla de miedo.

"¿Por qué no curan a los ciegos?," demanda el hechicero.

"Eso no puede hacerse," replica el sacerdote.

El Príncipe saca su espada, y de un solo tajo decapita al sacerdote.

Los médicos y curanderos retroceden aterrados.

"Cada día," les advierte el Príncipe, "Vendré a decapitar a alguno de ustedes, hasta que alguien haga que los ciegos vean. Y al que lo logre lo recompensaré con mas oro del que nunca se haya atrevido a soñar."

El Príncipe se retira.

La cabeza del sacerdote rueda todavía por el piso, dejando un delgado rastro de sangre.

Los médicos y curanderos están horrorizados.

Deciden abandonar la ciudad, pero el Príncipe lo ha previsto, y la casa está rodeada por guardias.

Solo los sirvientes pueden ir y venir.

Uno de los curanderos rasura su barba y roba las ropas de un esclavo y escapa con su vida.

El resto se pone a trabajar.

Hay diecisiete ciegos en la casa,

los curanderos se reparten entre ellos.

Un lisiado cae, y es dejado en el piso.

Una anciana muere, y es dejada podrirse en su cama.

Los pobres son ignorados, así como los enfermos y los heridos,

muchos de ellos mueren por falta de agua.

Un demente hiere su propia carne, y es dejado desangrar en su rincón.

Los médicos y curanderos trabajan toda la noche,

ponen cordiales y pociones en las bocas de los ciegos,

untan venenos y unguentos en los ojos de los ciegos,

los alimentan con toda clase de mixturas y atrocidades, con la esperanza de hacerlos recuperar la vista.

Por la mañana llega el Príncipe

No se pronuncia una palabra.

Decapita a otro, y se marcha.

Los médicos y curanderos redoblan sus esfuerzos.

Prueban con azotes y sangrías,

prueban con plegarias y cánticos,

ruegan y exigen, ordenan e insultan.

Ruegan a Satán.

En una semana, hay menos médicos y curanderos pero también hay menos ciegos.

Han muerto ya ocho de ellos.

Uno de los ciegos es un niño, de no mas de siete años,

un pequeño niño rubio con grandes ojos oscuros,

un niño que sufrió una caída a los tres años y está ciego desde entonces.

Enfurecido, uno de los curanderos arroja al niño al piso,

la cabeza del niño da en el suelo, el niño grita, y queda inconsciente.

El curandero maldice, y lleva al niño a su cama.

El niño, en la cama, entrecierra los ojos, y levanta su mano para bloquear la luz que lo encandila.

El curandero está asombrado.

Pasa su mano frente a los ojos del niño,

el niño parpadea.

Pregunta bruscamente al niño si és que puede ver.

Sí puede.

El corazón del curandero se llena de calidez:

ahora él vivirá,

ahora el Príncipe lo hará un hombre rico,

ahora será conocido como el mejor curandero de todo el país, que ha hecho ver a los ciegos.

El niño mira a su alrededor,

con sus bellos ojos oscuros llenos de maravilla, y después de alegría.

El niño corre por la casa de los necesitados, admirando todo lo que puede ver.

Él ve los enfermos, los viejos, los agonizantes, los muertos.

Él corre a la ventana y vé el sol en el jardín, donde están las tumbas frescas de los muertos, algunas abiertas todavía, descuidadas por los curanderos en el frenesí de la semana.

Él ríe, pues todo esto es bello para él.

El Príncipe llega.

El curandero que golpeó al niño está sonriendo,

con el niño a su lado.

"Oh, Su Majestad," dice el curandero,

"He curado a este niño de su ceguera."

El Príncipe mira al niño

"¿Es eso cierto? ¿Estabas ciego y ahora puedes ver?"

"Oh, si," dice el niño con voz todavía maravillada,

"Gracias a la generosidad de Su Majestad, ahora puedo ver."

El Príncipe asiente.

Se lleva al curandero y al niño a su palacio.

Tira al curandero en un pozo de arenas movedizas hechas de polvo de oro,

y saca los ojos del niño.

Esa noche, la casa de los necesitados es quemada hasta los cimientos y todos los que estaban dentro mueren.

El niño es regresado a las calles, con la sangre corriéndole todavía por su rostro.

En todos los días de su vida, jamás vuelve a decir una palabra.

 


El Príncipe pone los ojos del niño que una vez fué ciego, pero recuperó la vista, en un frasco con aceites aromáticos

y pone el frasco en el ataud de cristal junto a la cabeza de su amada.

 


El hechicero se transforma.

Ahora parece ser un garboso joven, con cabello dorado brillante y ojos de un vivo azul.

Él es fuerte, y es hermoso,

él trae en un frasquito que cuelga de su cuello una poción de amor, la mas poderosa que jamás el mundo haya conocido.

Él busca en la ciudad una joven que sea casta.

Hay una joven,

una joven que responde propiamente a sus hechizos, que determinan virginidad.

Tiene diecisiete años.

Es todo lo fea que pueda ser una joven de diecisiete años:

su cara está desfigurada por el acné,

sus ojos son demasiado pequeños, y de un gris aguanoso,

su cara es angosta, como la de un caballo,

su cabello castaño y feo, no tiene brillo,

es muy gorda,

su voz es estridente,

es tartamuda.

Al hechicero no le sorprende el saber que es virgen, pero él es impaciente.

Camina hacia ella con una sonrisa en los labios.

"Gentil doncella," le dice, "¿podrías darle a un cansado viajero un vaso de agua o una copa de vino?"

Él es muy hermoso,

ella queda embelesada.

Ella se dirige a la choza de su padre, él la sigue.

Ella sirve vino.

Él la convence de que tome un poco,

y vacía la poción en la copa de la joven.

En realidad, eso no era necesario:

ella lo adora,

ella lo idolatra,

ella haría cualquier cosa por él-

ella lo hace.

Disgustado, el hechicero abandona la choza.

Está asqueado de su carne,

está asqueado de su debilidad.

Está pensando en ejecutar a su padre, y quemar su choza.

Tras él, ella llora, histérica.

Ella está desesperadamente enamorada de él,

él se fué sin siquiera despedirse.

Él encuentra otra joven.

Es una monja del templo.

Tiene dieciseis años.

Tiene el pelo oscuro y los ojos oscuros, y es bonita.

Ha jurado castidad.

Era virgen cuando hizo la promesa.

El hechicero, usando engaños, la hace beber de su poción,

ella se enamora total y completamente de él.

Ella lo lleva a su celda en el templo,

y sucumbe a él-

Él la deja.

Él encuentra otra joven.

Es la hija del rey de otro país,

una princesa real.

Tiene veintidos años, y es virgen todavía.

Está comprometida, por ley, con el hijo de un rey de otro país.

Si no es entregada virgen, habrá guerra, y matarán a su padre.

El hechicero le da de su poción.

Ella lo ama totalmente.

Él pide,

él ruega,

él presiona,

y no puede convencerla.

Ella está prometida a otro, y la suerte de dos reinos descansa sobre su honor.

Cuando ella, con su comitiva, deja las tierras del Príncipe, él la sigue.

Él ruega,

él suplica,

él amenaza.

Él es encantador y hermoso, y ella no puede tenerlo, aunque lo ama mas que a la vida misma.

Por la noche, él la mata

y roba su corazón.

La joven mas fea del mundo lleva un hijo de él en las entrañas.

Su padre la expulsa de su choza, asi que ella no está ahí cuando su padre es asesinado, y su choza convertida en cenizas.

Ella va a vivir al descampado, y tiene una niña.

La monja que rompió sus votos lleva un hijo de él en las entrañas.

Los sacerdotes la expulsan del templo, y se ve reducida a la pobreza.

Ella se coloca en un prostíbulo, y tiene un niño.

La promesa hecha por el padre de la princesa ha sido rota, pues ya no habrá boda.

Se declara la guerra entre los dos países,

los ejércitos del padre y del prometido de la princesa se destruyen mutuamente,

las cosechas se pierden, y la gente muere.

Ilom Kovar Daren invade los dos reinos, y sus ciudadanos son vendidos como esclavos.

Las familias reales de ambos reinos son ejecutadas lenta y horriblemente.

 


El Príncipe pone el corazón de la joven que amó totalmente y se mantuvo casta en un frasco con aceites aromáticos,

y lo coloca en el ataud de cristal junto a la cabeza de su amada.

 


El Príncipe recorre su torre, con ventanas que miran al mar y al jardín de su amada.

Él no sabe como capturar un alma, o como ponerla en un frasco y mantenerla allí.

Él consulta sus libros de poder,

no hay respuesta.

Él invoca bandadas de demonios, y los interroga extensamente,

ellos no tienen la respuesta.

Él viaja a los palacios de muchos otros reyes y hechiceros, en busca de una respuesta,

no hay ninguna.

Él se encoleriza.

Él está furioso.

Él hace ejecutar uno de cada diez hombres, mujeres y niños de su ciudad en formas nuevas e interesantes.

Él aprende muchas cosas en sus viajes, pero no lo que busca.

Por años trata de obtener una respuesta:

hace matar a cientos de sus hombres, e intenta capturar sus almas cuando dejan sus cuerpos.

No tiene éxito.

Él va al jardín, y entra en el mausoleo de su amada.

Ella sigue siendo la mujer mas hermosa del mundo, y

ella sigue estando muerta.

Él da voces,

él se enfurece,

él llora,

él ruega.

No hay respuesta.

Él está impaciente.

Mil años han pasado desde el día de su boda, y

su amada todavía continúa muerta,

su matrimonio aún sin consumar.

Él toma el frasco con aceites aromáticos que contiene los ojos del niño ciego

y el frasco con aceites aromáticos que contiene el corazon de la joven casta,

y parte hacia el bosque de los muertos que caminan.

Las brujas lo están esperando.

La bruja con la voz como grava triturándose y la risa de un lunático ve el frasco con los ojos ciegos/videntes y cacarea gozosa.

La bruja con la voz como cuchillo en hueso y la risa de un niño aterrorizado ve el frasco con el corazón casto/amante y cacarea gozosa.

La bruja con la voz de agonizante y la risa de sollozos ve que él no trae otra alma que la propia- y ella también cacarea gozosa.

"¡Aquí están!" declara el Príncipe, y coloca los frascos frente a él. "He cumplido mi promesa. Cumplan la suya."

"Pero ahí no hay un alma," la tercera bruja le recuerda. "Se me prometió un alma."

"Dime como puedo capturarte un alma, y te la traeré."

"Eso debes averiguarlo por ti mismo."

"No puede hacerse."

"Oh sí. Yo puedo hacerlo," y la tercera bruja cacarea una vez mas.

El Príncipe se siente incómodo ante su mirada y se retira de ella, dando un paso atrás.

"¡¿No estarás pensando en tomar mi alma?!" exclama él.

Él es un hechicero poderoso, pero las brujas lo son mucho más, y él lo sabe.

"¿No?" pregunta la tercera bruja. "¿No darías tu alma por la vida de tu amada?"

"No," dice el Príncipe. "No lo haré."

"Tal vez no la amas en realidad."

El Príncipe observa a las tres brujas.

La primera bruja se ha colocado ya los ojos y está mirando alrededor complacida.

La segunda bruja se ha colocado ya elcorazón en el pecho y su cara se ilumina de alegría.

Se le ocurre una idea.

"O me dan lo que les pido, o me llevo de regreso mis regalos," les dice.

La primera bruja se queda con la boca abierta.

La segunda bruja se queda con la boca abierta.

La tercera bruja sonríe.

"Yo no lo haré," le dice.

La primera bruja gime.

La segunda bruja gime.

La tercera bruja queda en silencio.

"¡Te daré la parte que tengo de su vida!" lloriquea la primera bruja. "¡Pero déjame quedarme con mis ojos!"

"¡Te daré la porción que tengo de su vida!" lloriquea la segunda bruja. "¡Pero déjame conservar mi corazón!"

La tercera bruja sigue en silencio.

El Príncipe lo considera.

"¿Ella vivirá?" pregunta.

"Ella caminará por la tierra de los vivos," promete la primera bruja.

"Ella será bella como ninguna," promete la segunda bruja.

La tercera bruja calla.

"Hecho," accede el Príncipe.

"Tomaré las porciones que ustedes tienen de su vida, y ella vivirá nuevamente conmigo."

La primera bruja sonríe e inclina la cabeza.

La segunda bruja sonríe e inclina la cabeza.

La tercera bruja permanece en silencio, pero sus labios se curvan.

El Príncipe las deja, y regresa a la tierra de los vivos.

En el ataud de cristal, los ojos de su amada están abiertos.

Son completamente negros, no tienen blanco ni pupila.

la tercera bruja se ríe a carcajadas.

 


Ilom Kovar Daren, Príncipe de Rhandor, gobernante de todas las tierras entre las montañas y el mar, hechicero de todos los poderes, se encuentra junto al ataud de su amada.

Él no recuerda que su amada haya tenido los ojos así, negros,

pero no le importa.

Ella es la mujer mas hermosa del mundo.

Ella es mas bella todavía de lo que antes era.

Ella se mueve.

Él arroja lejos el cristal que la cubre. El cristal se rompe en mil pedazos contra el suelo.

Ella no lo nota.

Él toma su mano

Como algo hecho de piedra, ella se sienta.

Él dice su nombre:

"Emeretha."

Él no ha pronunciado ese nombre en mil años.

Ella no ha escuchado ese nombre en mil años.

Ella parpadea.

El corazón del príncipe se estremece al mirarla.

"Emeretha," le dice nuevamente,

ella no dice nada.

Él la guía fuera del mausoleo.

Las estrellas brillan como mil millones de velas en el cielo de la noche.

No hay viento.

Él la guía por el jardín.

Emeretha, que pensó haber escapado de él, pero ahora es suya para siempre.

Hay un pequeño canal en el jardín para drenarlo hacia el mar.

Por la mañana llovió, y ahora hay un delgado hilillo de agua en el canal.

Ella no quiere cruzarlo.

Ilom Kovar Daren toma una pala y con sus propias manos llena rápidamente el canal con tierra húmeda.

Emeretha espera.

Él arroja su capa sobre la tierra húmeda, para que ella no manche sus zapatillas doradas.

Ella cruza, pero lentamente.

Él la guía hacia su palacio.

Los salones están profusamente iluminados con velas,

la luz se refleja bellamente en el rico tejido de su vestido,

y la bella textura de su piel.

Las paredes del salón están adornadas con tapices de seda y terciopelo y espejos de plata.

Las velas brillan en los espejos, en los que los tapices se reflejan con sus colores algo oscurecidos, pero, en los espejos, el Príncipe de Rhandor atraviesa solo los salones.

Él no lo nota.

Él la guía por las escaleras al segundo piso,

a su alcoba,

a su cama.

Él la desviste, lenta y cuidadosamente.

El cuerpo de ella brilla como mármol luminoso a la luz de las velas,

y es fresco al tacto.

Él no lo nota.

Él ha esperado mil años por esta noche.

Él se desviste,

ella lo vé, impasible.

Su hombría está caliente y pulsante.

No ha habido mujer que lo satisfaga en los últimos mil años.

Ésta es la que siempre había deseado.

La joven que estaba muerta, y ahora vive.

La joven que su padre se atrevió a negarle,

cuyo padre yace muerto desde hace mil años por su insolencia.

Su familia, su gente, su castillo, sus tierras, su misma civilización,

destruídas todas por la mano de esta joven,

que osó negarse a ser suya.

Ella se suicidó para evitar que él la tocara.

Pero ahora, se somete.

Él ha olvidado el resto.

La acuesta en su cama,

la sujeta cerca suyo.

Él la penetra, pero ella no responde.

En el cuarto oscurecido, sus ojos tienen un resplandor rojizo,

él no lo nota.

Él se afana sobre su carne inflexible, sudando.

Ella no suda.

Él jadea, gimiendo con los placeres que sus acciones le brindan,

ella permanece en silencio.

Él la acerca más a él, abrazándola con toda su fuerza.

Ella yace quieta e irresponsiva.

Él alcanza el éxtasis que estuvo esperando durante mil años.

Ella hunde los colmillos en su garganta.

Él grita.

Ella lo sujeta, cobrando vida de improviso y violentamente.

Él forcejea.

Ella lo sujeta con una fuerza que él no puede igualar, y sus dientes le desgarran la garganta.

Él solloza de terror.

Los ojos de ella llenan el cuarto con una tenebrosa luminosidad rojiza.

Ahora él la ve, aterrorizado.

Lenta, pausadamente, ella extrae la vida de su cuerpo.

Él gime, pero nadie puede oirlo.

Ella lo vacía, y él yace lacio en sus brazos.

Ella continúa chupando, y el cuerpo de él se torna tan blanco como el gis.

Él muere, y ella no lo nota.

Con sus dientes desgarra la carne, y trocitos de la piel de él cuelgan de sus rojos labios.

Ella está llena, ahora, con la vida de él.

Ella es mas bella todavía de lo que era antes.

Tanto, que es doloroso mirarla.

Ella continúa rasgando la carne muerta, sus labios buscando cada gota de la vida de su hechicero.

En el oriente, tras el calmado oceano, los primeros rayos del amanecer iluminan el cielo con un resplandor aperlado.

Emeretha levanta la cabeza.

La luz le causa dolor, y la hace volver la cabeza.

El cuerpo muerto del hechicero cae al suelo, pero ella ya lo ha olvidado.

Ella se levanta.

Está desnuda, pero no le importa.

Sus ojos brillan rojos.

Ella abandona la alcoba del Príncipe.

Desciende por las escaleras y pasa junto a los espejos del grán salón.

Ellos no la ven.

Sale al patio, y se dirige al jardín de la muerte.

Llega al canal, con su hilillo de agua, y no puede cruzarlo.

Busca el montón de tierra que cubre el canal, y lo encuentra.

El agua está buscando un nuevo camino hacia el mar, pero ella todavía puede rodearlo.

Llega al jardín.

Penetra en el mausoleo.

Se acuesta en la losa de piedra, en la que ha yacido por mil años,

y sus ojos se cierran al llegar la aurora.

Ella está desnuda e indefensa, pero no le importa.

Los sortilegios del hechicero todavía encantan este lugar.

Nadie mas que ella podrá entrar en él.

 


En el bosque de los muertos que caminan, la tercera bruja sonríe.

Este día ha conseguido dos almas, sin dar nada a cambio.

Mañana, tendrá otra más.

La joven sin alma propia se encargará de ello.

 


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