Colaboraciones


Somos polvo
luminoso,
áspero,
divino
polvo de luz
polvo de mil caminos.

-GANU-

<gnunez@campus.qro.itesm.mx>



-"Hola.

Mi nombre es Adrián Ruiz, tengo 21 años, soy psicólogo, y aquí mando algunas historias que escribí el año pasado...espero sean de su agrado

Hasta luego".


Metrofutura

No tengas tiempo (sin matar polillas o bañar hormigas con agua caliente). Una reacción química sobre techos carcomidos ante la mirada inmóvil del Metro Universidad, sin destino adecuado; hay cierto aire de Tampico, pero aquí no hay ningún mar con tu olor. Una reacción química (sabes donde estás) podría haber fundado el mar entre el Topo Chico y el Cerro de la Silla, a la distancia las nubes son olas estrellandose contra la tierra. Las montañas sirven para resaltar tu horizonte vacío.

Una buena memoria de cruzar el océano de vidrio, roto por la estela de humo en el South of France, nuestro crucero volador Monterrey - París, cinco horas supersónicas de whiskey con video poker, en sofás de terciopelo, fino pero gastado. Dame otra crítica a tu objeto, tratando de hallarme en su mar desconocido.

Una mente, que para efectos de la traducción está llena de algo que llamaré recuerdos; un falso colchón de escenas de otro viaje en avión: un supermercado vacío y la soledad de un continente habitado por sueños. Un trabajo número seis que te mata despacio, el mismo cáncer que ataca a los techos; desgasta, convierte en polvo de luz graffitti gordo, sin llevarme a la tristeza, cada vez que desembarcas en Otro Lado. Un mejor conductor, más paciente al girar la rueda del platillo volador South of France entre las nubes, mirando por la ventana a través de un martini, reconociendo la costa y el golfo de México que se baña en petróleo y naufragios locos. O tal vez la otra playa, de turistas con culturas inflables. Un cerdo en su traje caro, mirando su tedio en el camarote superior, exigiendo comida y direcciones en el celular de narcos, una sombra que pasa con dificultad y overol gastado, murmurando un espanglish de acento francés, y con una azafata distinta bajo el brazo.

Un metro más seguro (el bebé sonriendo junto a la puerta) para quienes esperan en el puerto, sonrisas y noticias para la estancia en su casa automática, de regado instantáneo, cero basura, preocupaciones a la medida: la comodidad que te acosa en el volante, y te hace dormir mientras el camión de enfrente acelera, lanzándote a un lado del camino con tu look de Disneylandia desatada.

Una canción para el viajero, para mantenerte ahí, tirado a un lado del auto, pensando en que algún día, sí, algún día llegarás a Monterrey.


Trampa de Luz

La Disolución Mexicana le había dejado a Raúl esa envidia hacia los muertos; intentaba alejarla con su colección de mascotas momificadas, imágenes que parapadeaban en cada pared-monitor de la oficina. El gato era su preferido. Huesos de pollo plástico bajo cartón rojizo, la cabeza alargada y vacía mirándolo sin palabras. Esa era su compañía, y las nubes que alcanzaba a distinguir desde el piso 300 de ese rascacielos. El edificio de TeleMéxico, aquella empresa que Raúl consideraba su hogar y prisión. Claro que había más cosas involucradas. Pero por ahora, no podía ser más explicito. Su carrera estaba en juego. Después de todo, ¿como va a cuestionar su existencia el Presidente de una corporación tan poderosa? Y sobre todo no iba a ponerse muy introspectivo, estando frente a las cámaras. Sobre todo tomando en cuenta que su compañía tenía camaras instaladas en cada rincón de la realidad. “Quisiera irme a la playa”, pensó sin mucho entusiasmo, “O al bosque”. Las opciones eran innumerables para alguien de su posición. Aun así, pensaba si todo esto era realmente justo y necesario. Recordaba: Escenario copiado del “Ciudadano Kane”, la foto de él mismo, Raúl López Xicoténcatl; su apellido en grandes letras, un poster detrás como espejo de su sonrisa televisiva. Un nombre que también servía para estafar a los incautos haciéndoles recordar al antiguo Presidente de TeleMéxico, Raúl Gómez Xicoténcatl. Recordaba: Con fastidio, pues su nombre había sido sintetizado en los sótanos de una compañía de mercadotecnia, y en realidad se llamaba Gabriel Cuevas. No importaba. Lo único claro era que había sido elegido, y transportado hasta el piso 300 de este rascacielos, debido a que sus publicistas eran talentosos, y a que tuvo el apoyo momentáneo del Partido Fálico y el Guión Uterino Racional. Solo lo contrataron, le dieron un nuevo corte de pelo, y un script perfecto para ser un Presidente popular; un Presidente adorado por los inversionistas y los niños que sacan primer lugar de su generación. Un bonito día de verano, los consumidores lo eligieron presionando la Y en sus teclados. Ahora lo tenían en ese lugar. Aquí: Más tarde de lo usual: Raúl López Xicoténcatl recorre la sala de juntas de TeleMéxico como un fantasma: Mientras, los asesores dormitaban, y él aplicaba algunos detalles en su pelo: un poco más de brillo en las patillas. Acerca de eso hay más detalles que sobre sus ideas. Parece imposible recordar los días en que Raúl no alcanzaba el máximo, estático, eterno nivel del estrellato político.

La luz fatal no estaba alumbrando la trampa digital en que Raúl fue incubado. Entonces, él no existía, solo había los chispazos existentes entre un canal y otro en tu televisor, el click de la ausencia, y el abismo entre los filamentos de un espectáculo. Con el paso de los días, las ideas de sus creadores, los gestos rescatados / exigidos / prestados / comprados / robados a varios actores de televisión fueron condensados en una Raúl virtual; se fueron trenzando en la noche, en busca de su propio orden, su misma luz. Hilos en laberinto, sistemas de ríos, ventanas, temperaturas. Sueños, y luego despertó en el mismo decorado de los años setentas, bajo los reflectores demasiado perfectos de la campaña; sin culpa, creados en Corel Draw, irreales. La luz fatal del circo eléctrico roto, la broma pesada de la inmortalidad como un monito en un juego de video. Raúl existió, y descubrió que ser eterno significa que tu garantía no se vence; por lo tanto, eres un buen producto, y mereces ser vendido. Se iba a quedar ahí, en el piso 300, durante mucho, mucho tiempo. Había algo de justicia en eso, pensó. Caminó hasta el monitor más cercano, lo apagó, y entonces se quedó bien dormido, soñando con pantallas que parpadeaban, sin murmur su nombre.


Imperio

En Monterrey, la lluvia es el fuego: purifica. Luego, en Afganistán, la arena es un río de bits que se esparcen por el viento en tus ojos, pixeles rebeldes que no intentan formar ninguna imagen. Como el caos está prohibido en la mayoría de los países, las tormentas del desierto y el cielo están bajo trampas de tela. Mentira. Escapas de Monterrey, o de otra ciudad en el desierto, la ciudad seca plantada en los cimientos de la Realidad Comercial, y te golpeas contra las ruinas de adobe. “Frío, el que te muerde las orejas”, murmuras junto a Laura. Ella se balancea dentro y fuera de este mundo, parada junto a ti pero con ojos que parecen mirar a la distancia. Fugitiva de los designios de la Histeria y el futuro; ella te vio salir un día del Ciberespacio, y desde entonces eran cómplices en varias misiones para el Supremo Gobierno Corporativo. “¿Decías algo?” murmuró ella. “No, era nada más algo que estaba pensando para la próxima semana”, le dices, pensando en quién serás esa ocasión. Laura no lo sabe, solo cuentas con las órdenes de dejarte escoltar hasta este cuadro en medio de un océano de palabras: sí, este cuadro a la derecha, arriba, la ventana que cerraste. La puerta hacia el mundo del imperio. Solo tienes la orden de dejarte escoltar hasta este pueblo que ves por la ventana, un punto en la frontera con Rusia (¿o con E.U.A.? Nunca notaste la diferencia. Es el Imperio.) La frontera está a unos cuantos metros, sellado en una burbuja de propaganda letal y un idioma oculto. Ahora vemos a Laura, y hablamos de ella: tampoco debe saber mucho sobre porqué están ahí, también se deja llevar, sonámbula, hacia donde las secretas líneas de un programa de computadora le indiquen. Este es su quinto trabajo en la semana, pero no había variaciones: era llevada a algún lugar, pronunciaba algunas palabras cuyo significado no entendía, y se le transfería a otra misión a lo largo y ancho del Mundo Libre (una subsidiaria de la DaimlerChrysler). El Supremo le pagaba por no ser real más allá de las nóminas. Laura sabe que tú llegaste en el vuelo de las 7:00, con un maletín vacío y una mente confusa por el tráfico Interzonas. Nada más. Que caminaría hasta la frontera con el Imperio. Nada más. Que lo que sucederá después no es de su incumbencia. Era el regalo de Navidad, y la larga, oscura nochebuena que era caminar por este pueblo de Nuevo León, New Lion o Afganistán, la carretera Panamericana o la InterEuropea, ruinas de historia que no llegó a existir, y el sol de los nativos. El Imperio está ahí, lo atisbas entre las grietas de tus ilusiones, pero la caminata por el desierto es larga. El sol no es de Windows. La arena te consume, el calor derrite. Solo esperas que hubiera lluvia. O tormentas. Pero si existiera lluvia en Monterrey, no habría Imperio. Pero esa es otra historia. Por ahora, solo nos queda esperar el Desierto.


Desierto

Caminas de día, por un paisaje donde caen cuadritos del Tetris, y la textura digital de la arena siempre es la misma. Hay una maquinita virtual generando una duna tras otra en los límites de la pantalla de El Otro Lado, la Realidad Comercial. Es el desierto que reconoces como la frontera del Imperio, es lo que protege al Imperio de las hordas de inmigrantes cansados y hambrientos de la otra, la Realidad Gratuita. No estás solo en tu búsqueda. Laura camina junto a ti, sobre una alfombra de hormigas letra. Esquivando el viento cargado de arena, paisajes no terminados y el implacable sol de los nativos. Y así es. Tú absorto en textos cifrados en la arena y los vuelos de pájaros, absorto en la muda contemplación de un paisaje que se va desgranando con calma. Laura intuye un orden extraño en sus pasos, contra el viento. Entre ese Caos reconoces que lo único constante / programado / fijo es el camino no escrito que recorren en el tablero invisible del Desierto, la doble frontera : la física, y la más importante, la de la desesperanza. Por lo pronto, solo pueden caminar y caminar por escenarios duranguenses de películas del Oeste. A lo lejos vislumbras las barreras que suben y bajan, las alas - látigo del muro de micromoscas (¿o eran letras de advertencia, deletreando NO AVANCE?) zumbando en el horizonte. “Ya estamos llegando al Otro Lado”, dice Laura tomandote del brazo, pero para ti la frontera con el Imperio parece cada vez más lejana. Laura voltea a ver algo. Tú no te percatas de eso y sigues caminando hacia el muro de moscas que se extiende de lado a lado. “Estoy bien” dice ella como si tú estuvieras preocupado, y continúa avanzando. Por alguna razón también a ella la sientes distante. Tus sentidos se van durmiendo, vas olvidando cuales eran tus planes para el futuro. Entonces reconoces que sí, ahora sí están en la frontera, donde la estrategia para impedir tu paso es hacerte sentir que nada es importante. El tiempo también se hace polvo y se lo lleva el viento. Ustedes dos caminan. No atardece, solo hay un mediodía eterno sobre las dunas. Solo hay un momento en que descansan, sacas de quién sabe dónde un plato con sopa y galletas. Laura obtiene del mismo lugar una cantimplora. Una nube de polvo magnético pasa sobre ti, rumbo al Imperio. “Ya estamos”, dices al darte cuenta que la mayoría de estas cosas, el muro, el medio día eterno, son parte de la discreta arquitectura de la frontera. No estás afuera. Estás dentro de la frontera misma, que ya no es un río o una malla electrificada sino un gigantesco espacio irreal diseñado para extraviarte. El aire a su alrededor no era ni siquiera virtual, sino que era una canción ensamblada en lenguas extrañas, tejida como una canasta de mimbre. Viejas imágenes cruzan tus ojos: un telar multicolor, un periódico que se consume lentamente, urnas griegas con guerreros en muerte estática, densas marañas de líneas, una construcción a orillas de un río muerto. Entonces tomas una de esas líneas, hablándole suavemente, y una parte del desierto se dobla y estira, giras parte del paisaje y del cielo como si fuera una hoja de revista. Todo a tu alrededor pierde color, se rompe, y se lo lleva una marea de publicidad. Laura da un grito de alegría. Reconoces en sus manos otra trozo del Desierto desapareciendo entre los dedos, dejándolos por fin la entrada libre al Imperio, sacudiendo las cenizas de tu patria y recuerdos como una piel usada. “Ya estamos”, dices al ver que ya no hay desierto; solo hay destierro, y un carretera cubierta de posters, exaltando las ventajas de la Realidad Comercial. Muestras una sonrisa con grietas. Laura y tú miran una construcción de cristal y concreto blanco al lado de la carretera, y luego, como siempre, siguen caminando. Pero esa es otra historia. La del Centro Comercial.


Centro Comercial

“Entonces esta fue nuestra recompensa”, dices sin ninguna emoción al entrar al Imperio, “Nos dieron un boleto para cruzar al Otro Lado”. El sol ya no estaba. Tampoco la arena que los había bañado en el Desierto. Solo Laura y Tú parados en la mitad de una carretera cubierta de posters. “¿Sabes lo que quisieron decirnos con esto?”, te pregunta Laura. “Hmm, ¿que estamos de vacaciones?” “No. Que estamos obsoletos”, dice ella, y sonríe. Una sonrisa con grietas nada más. Entonces ven el Centro Comercial. Lo que pasó en el camino hasta ahí no importa. Basta con saber que el Centro Comercial que brotó junto a la carretera era una rueda infinita de proyecciones en cámara lenta. Ahora viven entre silencios portátiles y soledades en oferta.

-Adrián Ruiz-

<lapared@hotmail.com>



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